Propaganda de guerra
Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard
Aunque fue la desprestigiada agencia antidrogas estadounidense (DEA) la que sembró el tema del presunto involucramiento de la campaña de Andrés Manuel López Obrador en 2006 con una banda de narcotraficantes, la propagación del infundio se debió a una amplia red nacional e internacional de robots en redes sociales. La trama ha sido relativamente fácil de dilucidar, al igual que sus principales actores. Sin embargo, se ha puesto poca atención en Felipe Calderón Hinojosa, autor intelectual de la patraña, y en los fundamentos teóricos y metodológicos que dieron lugar al montaje: el Capítulo Sexto del Libro Mein Kampf (Mi Lucha), escrito por Adolfo Hitler en el presidio de Landsberg Am Lech en 1924.
Los análisis de propaganda, al igual que las propuestas de campaña de los consultores en marketing político, campañas negras o guerra sucia mediática, suelen centrarse en los textos y frases del ministro de propaganda del régimen nazi, Joseph Goebbels. Sin embargo, él solamente fue el operador de una estrategia diseñada por el führer desde, por lo menos, una década antes de que los fascistas asaltaran el poder en Alemania. Es necesario entonces ir a la fuente original para entender de qué se trata el asunto.
Primera definición: la opinión pública es una especie de “instrucción política” que se construye mediante la propaganda y que en los regímenes democráticos (en ese caso, la República de Weimar), los encargados de esa instrucción suelen ser “gente de muy baja ley” (los periodistas). Cito:
“Aquello que de ordinario denominamos ‘opinión pública’ se basa sólo mínimamente en la experiencia personal del individuo y en sus conocimientos; depende más bien casi en su totalidad de la idea que el individuo se hace de las cosas a través de la llamada ‘información pública’, persistente y tenaz. La prensa es el factor responsable de mayor volumen en el proceso de la ‘instrucción política’, a la cual, en este caso se le asigna con propiedad el nombre de propaganda; la prensa se encarga ante todo de esta labor de ‘información pública’ y representa así una especie de escuela para adultos, sólo que esa ‘instrucción’ no está en manos del Estado, sino bajo las garras de elementos que en parte son de muy baja ley. Precisamente en Viena tuve en mi juventud la mejor oportunidad de conocer a fondo a los propietarios y fabricantes espirituales de esa máquina de instrucción colectiva. En un principio debí sorprenderme al darme cuenta del tiempo relativamente corto en que este pernicioso poder era capaz de crear cierto ambiente de opinión, y esto incluso tratándose de casos de una mixtificación completa de las aspiraciones y tendencias que, a no dudar, existían en el sentir de la comunidad. En el transcurso de pocos días, esa prensa sabía hacer de un motivo insignificante una cuestión de Estado notable e inversamente, en igual tiempo, relegar al olvido general problemas vitales o, más simplemente, sustraerlos a la memoria de la masa.”
Segunda definición: Para Hitler la propaganda era lo más importante. Tal como lo cuenta en el Capítulo Once, denominado “Propaganda y organización”, después de haber ingresado en el partido obrero alemán, tomó a su cargo la dirección de la propaganda, pues “consideraba este ramo como el más importante del momento. La propaganda debía preceder a la organización y ganar a favor de ésta el material humano necesario a su actividad”.
Tercera definición: 1) “La propaganda es un medio y debe ser considerada desde el punto de vista del objetivo al cual sirve. Su forma, en consecuencia, tienen que estar acondicionada de modo que apoye al objetivo perseguido”; 2) “La propaganda orienta la opinión pública en el sentido de una determinada idea y la prepara para la hora del triunfo”; 3) “El triunfo de una idea, será posible tanto más pronto cuanto más vastamente haya obrado en la opinión pública la acción de la propaganda”.
Cuarta definición: “La propaganda tienen que responder en su forma y en su fondo al nivel cultural de la masa, y la eficacia de sus métodos deberá apreciarse exclusivamente por el éxito obtenido”. Es decir, ¿A quién debe dirigirse la propaganda? Cito nuevamente:
“¿A los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! […] La tarea de la propaganda no consiste en instruir científicamente al individuo aislado, sino en atraer la atención de las masas sobre hechos y necesidades. […] Toda propaganda debe ser popular, y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. […] La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas, por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea.”
Quinta definición: 1) La propaganda “también es un arma y un arma verdaderamente terrible, en manos de quien sabe servirse de ella”; 2) “La finalidad de la propaganda no consiste en compulsar los derechos de los demás, sino en subrayar con exclusividad el propio, que es el objeto de esa propaganda”; 3) “La masa del pueblo es incapaz de distinguir dónde acaba la injusticia de los demás y dónde comienza la suya propia”; 4) La gran mayoría del pueblo se subordina más a la sensibilidad anímica que a la reflexión; es una sensibilidad muy simple y rotunda, nada complicada. En consecuencia: “Para ella no existen muchas diferenciaciones, sino un extremo positivo y otro negativo: amor u odio, justicia o injusticia, verdad o mentira, pero jamás estados intermedios.”
Hasta aquí los aspectos generales de la propaganda nazi delineada por Hitler. Hay, sin embargo, otros elementos específicos que funcionan durante la guerra. Precisamente con presupuestos similares operó Felipe Calderón cuando se desarrollaba en México la parte más cruenta de su guerra, presuntamente declarada a ese ente abstracto denominado narcotráfico, bajo la dirección de su general (sin título real, pero sí en los hechos), Genaro García Luna, hoy en espera de sentencia, después de ser declarado culpable por un jurado popular de Estados Unidos por sus probados vínculos con narcotraficantes.
Según Hitler, cuando un pueblo enfrenta “el problema decisivo del ser o no ser, quedan reducidas a la nada las consideraciones humanitarias o estéticas”. Lo mismo supuso Calderón. En una lucha de vida o muerte, según Hitler, el humanismo radicaba en la “celeridad del procedimiento”. Es decir, ser humanitario suponía “el empleo de los medios de lucha más eficaces”. Según eso, “las armas más crueles eran humanitarias”, porque aceleraban la consecución de la victoria. Así, en una lucha de vida o muerte, esta debe ser “la única orientación posible para la propaganda de guerra”. Exactamente lo mismo pensaba y decía Felipe Calderón.
Tales son las razones que subyacen en el alto índice de letalidad que hubo durante su gobierno. Para decirlo de otra manera: durante la administración de Calderón, cuando agentes del Estado se enfrentaban a presuntos criminales, éstos casi nunca sobrevivían. Las fuerzas armadas tenían la orden de rematarlos.
Para ejemplificar el mundo al revés de Calderón, tres autoelogios en un mismo evento propagandístico: “Mi lucha antinarco, como la de Churchill contra nazis; instruye a cientos de delegados federales a difundir los logros de su gobierno humanista; pese a que nunca se había atacado tanto al poder, jamás lo he usado para silenciar la palabra, dice” (La Jornada, 14 de mayo de 2011, p. 5)
Las referencias datan, justamente, de cuando el gobierno de Calderón, en connivencia con la DEA, y en condición de subordinación absoluta a Estados Unidos, pretendió infiltrar la segunda campaña presidencial de AMLO mediante un agente encubierto que ofreció millones de dólares a cambio de protección. El asunto no prosperó, simplemente porque la propuesta no fue aceptada por los presuntos intermediarios y, consecuentemente, no hubo transferencia de recursos.
Pero, al igual que en la Alemania de Hitler, eso ocurrió una vez que Felipe Calderón obtuvo el poder. Antes, para alcanzarlo, se valió igualmente de la propaganda de guerra en 2006, que Joseph Goebbels logró sintetizar en la siguiente frase: “Una gran mentira repetida sin cesar, llega a ser creíble”. Todavía hoy, los fanáticos de derecha repiten el eslogan que el panista le endilgó a su adversario de izquierda: Un peligro para México.
En ese mismo contexto hay que inscribir el montaje actual contra AMLO, que pretende vincularlo al narcotráfico. Basta identificar los nombres de quienes firman o difunden tal especulación para sospechar de falsedad. Estas plumas tendrían que leer lo que escribió el ministro de propaganda de Hitler, que comenzó su carrera como periodista, sobre sus antiguos colegas. Punzó en su diario, el 14 de marzo de 1943: “Todo hombre que aún conserve algo de honor tendrá cuidado de no convertirse en periodista”.
#AdolfHitler#FelipeCalderonHinojosa#Opinion#PropagandadeGuerra#RamonSallard#PuntoMedio#Reciente#Columna#FyP