El pacto de impunidad que protege a la clase política
Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard
El 13 de mayo de 2009, Carmen Aristegui difundió en su programa de noticias de MVS Radio varios fragmentos de una larga entrevista que le concedió un mes antes el expresidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado (82-88). El material formaba parte de un libro que aparecería ese mismo año, en el verano, bajo la firma de la periodista. Sin embargo, Aristegui decidió adelantar la difusión de las palabras del expresidente, en virtud de su contenido. Al hacerlo, detonó una bomba política de carácter expansivo, que movilizó de inmediato a las defensas antiaéreas del régimen bipartidistas, cuya consolidación, para esas fechas, era ya una realidad inobjetable.
De la Madrid desveló la existencia de un “pacto de impunidad” que protegía a la clase política mexicana. También habló fuerte en contra de Carlos Salinas de Gortari, a quien él mismo promovió para sucederlo en el cargo. Lo acusó de robar parte de la Partida Secreta de la Presidencia y de permitir desde Los Pinos que sus hermanos Raúl y Enrique se vincularan al narcotráfico. El expresidente confesó estar arrepentido de haber hecho candidato a Carlos Salinas y lamentó no haber visto antes su “inmoralidad”.
Lo que hizo Miguel de la Madrid fue reconocer, de manera explícita y detallada, la cultura del crimen que la clase política del país había desarrollado durante varias décadas. Pero eso no fue lo más impactante en términos periodísticos e históricos. Lo que sucedió después de la difusión de la entrevista confirmó, en los hechos y a la vista de todos, el carácter mafioso de las relaciones de poder entre los principales actores políticos del antiguo régimen. Las complicidades mutuas quedaron exhibidas sin pudor alguno.
Los propios hijos de Miguel de la Madrid –uno de los cuales aspiró a la presidencia de la República este año por la coalición del PRI, PAN y PRD—obligaron al expresidente a desmentirse a sí mismo de manera pública, indigna y vergonzosa. En su carta de retractación, distribuida horas después de la difusión de la entrevista, De la Madrid arguyó que, por su estado convaleciente, no podía “procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos”. Es decir, alegó demencia, aunque miles de personas lo escuchamos hablar de manera perfectamente coherente y lógica cuando formuló sus acusaciones.
Casi simultánea a la retractación del entrevistado, Carlos Salinas de Gortari envió su propia misiva a Carmen Aristegui, acusándola de aprovecharse del estado de “senilidad” en el que se encontraba su antecesor. La embestida salinista no se limitó a la carta que envió ese mismo día. Algunos medios de comunicación –principalmente estaciones de radio—destacaron los desmentidos de los expresidentes y deploraron el trabajo de la periodista.
Algunos de estos espacios noticiosos documentaron también la maniobra de corte gangsteril con la que Miguel de la Madrid fue obligado a retractarse. Aunque también participaron dos de sus hijos, los medios destacaron la presencia de Emilio Gamboa Patrón en la residencia particular del expresidente, ubicada en la calle Francisco Sosa de Coyoacán, horas antes de que fueran difundidas, por separado, las cartas de Carlos Salinas y de Miguel de la Madrid.
¿Por qué Gamboa? Porque el político yucateco fue secretario particular del presidente De la Madrid durante todo su sexenio, y desde esa posición operó a favor de la candidatura presidencial de Carlos Salinas, con quien fue director del IMSS y secretario de Comunicaciones y Transportes. Aunque Salinas y Gamboa estuvieron distanciados durante el gobierno de Ernesto Zedillo, Salinas reconocía en su excolaborador “no a un hombre de ideas, sino de habilidades”. Esas habilidades, precisamente, fueron exhibidas para silenciar a Miguel de la Madrid.
El control de daños generó varias preguntas: ¿Qué tan graves eran las complicidades mutuas y/o las presiones sobre De la Madrid, familia y bienes, para que el expresidente renunciara a su dignidad y se descalificara a sí mismo, alegando problemas mentales? ¿Tan poderoso era Salinas? ¿Por qué varios periodistas descalificaban a la entrevistadora por dar crédito a las palabras de un político presuntamente afectado de sus facultades mentales, pero, al mismo tiempo, ellos otorgaban valor a una carta firmada por ese mismo personaje desmintiéndose a sí mismo?
Lo que ocurrió, en resumen, fue que Aristegui había sostenido una amplia conversación con Miguel de la Madrid desde el 15 de abril de 2009, la cual formaba parte de un libro. Sin embargo, ante los rumores de su mal estado de salud –padecía enfisema pulmonar–, que corrían desde el 7 de mayo en las redacciones de los medios y que prácticamente lo desahuciaban, la periodista decidió adelantar algunos fragmentos de su conversación con el exmandatario, tomando por sorpresa a todos los involucrados.
De la Madrid esperaba que la entrevista se diera a conocer varios meses después de su realización — así lo había acordado con Aristegui–, pasadas las elecciones federales intermedias de 2009, quizá cuando ya hubiese muerto. Habría sido un mensaje póstumo. Falleció, sin embargo, hasta el 1 de abril de 2012, a casi tres años de distancia de aquella entrevista.
Recordemos, como bien dice AMLO, que no hay texto sin contexto: una semana antes de la difusión de la entrevista de Miguel de la Madrid, había empezado a circular el libro de Carlos Ahumada, Derecho de réplica, en el que su autor relata el complot encabezado por Salinas para descarrilar la candidatura presidencial de López Obrador en 2006. El empresario cuenta en detalle su participación en los videoescándalos, bajo las órdenes de Salinas, y señala a todos los involucrados en esa trama. Esos mismos personajes operaron también el desafuero.
El libro y la entrevista, observados en conjunto, colocaban a Carlos Salinas en situación de vulnerabilidad ante la opinión pública nacional e internacional. Coierto que ante las acusaciones de Ahumada guardó silencio, pero no ante la brutal descalificación de Miguel de la Madrid.
El diferendo llegó a su fin cuando el entonces líder del Senado, Manlio Fabio Beltrones, sugirió públicamente “a los expresidentes” –sin citarlos por su nombre—, de manera lisa y llana, “callarse”. El asunto no se agotaba con la aplicación del conocido aforismo “la ropa sucia se lava en casa”. No. Lo que el exgobernador de Sonora planteaba, en realidad, era una fórmula más ruda, de origen siciliano: la omertá.
Mario Puzo, autor de El Padrino, escribió su último libro, que se publicó de manera póstuma, justamente bajo el título de Omertá. En México, la traducción al español de esa obra empezó a circular en librerías en febrero de 2008, un año antes del nuevo escándalo en que se vio involucrado Salinas.
La definición de Puzo sobre omertá es la siguiente: “Código de honor siciliano que prohíbe informar sobre los delitos (,) considerados asuntos que incumben a las personas implicadas”.
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